martes, 19 de junio de 2018

COLOMBIA A 90 MINUTOS DE LA ELIMINACIÓN



Quiero empezar esta nota con un titular negativo, cargado de pesimismo y no porque lo crea así, sino porque a Colombia, siempre, le ha pesado el rótulo de favorito. Nos pasó con Camerún en Italia 90, cuando enfrentamos a Nigeria; en Estados Unidos debutando contra Rumania (después de aquel 5x0 ante Argentina), y mire usted si se acuerda de algo más.

Esta vez las cosas no cambiaron. Todos le apuntaban a una victoria segura y quizá nadie presupuestaba una derrota con el equipo más flojo de la zona, porque a pesar de que nos ganó y nos bailó como se le dio la gana, es un equipo limitado.

Algunos analistas nacionales le apuntan, como excusa a tan paupérrima salida, a la tarjeta roja de Sánchez cuando apenas calentaba el partido. ¿Afectó? Si, por supuesto, pero fue temprano y había tiempo para corregir. No puedo creer que por esa razón el libreto se esfumara o ya no existieran otras alternativas. Pesó psicológicamente, es obvio, pero estamos hablando de una selección plagada de jugadores internacionales y un técnico comprobadamente recursivo. Lo que pasó es que esto nunca lo visualizamos, resultaba imposible pensarlo y solo recordabamos el 4x1 en Brasil 2014.

Cuando se analiza el rendimiento de los jugadores, y se concluye que el mejor fue el arquero, se prenden las alarmas. El equipo cafetero solo tuvo en David a su mejor ficha, siempre atento y con mucha reacción. De ahí en adelante todos fueron un caos.

La defensa se hizo agua, penetrable y nerviosa. La zona de recuperación no existió. Se pasaron rompiendo juego, pero pocas veces generaron acciones claras desde atrás. En el medio Juan Fernando Quintero se marcó un gol con sabiduría, pero se le agotó el aire muy rápido. Pecó sirviéndole pases a un Falcao que gritó y gritó, pero nada más. El 9 no tuvo nada para rescatar. Es más, sabiendo como estaban las cosas, le faltaron huevos para ir a pelear y aportar en marca. Alla arriba, solo, había poco para hacer pues la pelota la tenían los nipones y se jugaba en nuestra cancha.

Rescato que en el primer tiempo fuimos más, pero lo de la complementaria es ridículo. El técnico le sigue apuntando a Santiago Arias con la excusa que no hay más, pero este es un jugador que da ventajas los 90 minutos y fue responsable directo en el segundo gol. Los centrales, Davidson Sánchez y Murillo, junto a Lerma, delante de ellos, nunca estuvieron finos, todo lo contrario. Lucieron lentos, limitados y muy nerviosos. El único que por ahí intentó algo fue Johan Mojica por izquierda, pero era tan poco que no pesaba.

Juan Guillermo Cuadrado se fue por una disposición táctica acertada (ingresó Wilmar Barrios), toda vez que había que cortar los circuitos medulares que Japón había establecido, pero antes de irse tampoco aportó nada trascendental. Se mantuvo todo el tiempo en el suelo, buscando faltas inexistentes y levantando los brazos como lo hizo Falcao, aparte de pecar en maniobras individuales tan imprecisas como improductivas.

Si James iba a entrar como salvador, cuando todo era un atolladero mortificante, ¿por qué no entró desde el comienzo? El talentoso volante ingresó para intentar resolver un caso perdido. Tuvo una opción clara que salvó un defensor japonés quien se barrió sin vergüenza, pero nada más.

Falcao, que se veía cansado, se quedó en la cancha y en cambio, cuando los orientales se paseaban por todos lados sin mucho problema y se necesitaba seguirlos apretando para superar la debacle, se va el irregular de José Izquierdo y entra Carlos Bacca. Es decir, dos jugadores de ataque se quedan esperando a que James los surta con su genialidad o por allí pescar un centro cruzado. Pero esto resultaba casi improbable toda vez que el útil era de los samuráis, nuestros laterales no se proyectaban y a James lo ajustaron en marca para obligarlo a jugar muy retrasado.

Todo salió mal, todo. Menos la vergüenza porque esa nunca se esfumó. Se jugó terriblemente mal, pero por lo menos se peleó entre dudas e incapacidad hasta el último minuto.

Afortunadamente los aficionados se lo han tomado con calma, siguen creyendo que se puede avanzar, pero ahora entiende que en un Mundial nadie regala nada y que poco sirve la historia, la camiseta o el partido de preparación que se jugó ayer.

Hace meses escribí que las posibilidades de Colombia en esta prueba radicaban en la actitud y nada más que la actitud, porque conque jugar al fútbol tienen. Lo peor para mí, como aficionado y como analista, fue que nunca tuve la sensación de que Colombia pudiera mejorar en su debut, así fuera una ingenua corazonada. Ojalá y eso cambie.

Ahora nos queda ir a reventarnos este domingo contra los polacos y su fútbol veloz y frontal, quienes llegan con la misma urgencia y necesidad de ganar después de caer ante los elefantes de Senegal, como nadie lo pronosticaba. Menos mal que la fe es lo último que se pierde y ahora Japón nos ha dado un llamado de atención para recuperar la humildad y el respeto. Recuerde, de cuentos y sobre el papel, ya no se gana un Mundial.

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