Lo triste de cualquier competición es no poder
ganarla. Pretender conquistarla es una cosa, lograrlo algo muy distinto. Al
lado de ella, de la derrota, existen ingredientes anexos que revelan el
sentimiento y la cultura de un pueblo, de un vivir. Por eso no existen palabras
para definir la conmoción que acompaña a los brasileños hoy después de la
aplastante victoria de Alemania 7-1, dejando al continente muy mal parado
frente a los rivales del Viejo Mundo, por eso no se entiende la alegría total
de quienes antes los admiraban.
Las lágrimas que lavaron las graderías del estadio
Mineirao, igualan la morbosa alegría de casi todo el mundo por la caída de un
gigante como Brasil. El orgullo y la prepotencia quedaron reducidos a su mínima
expresión en cada gol que se marcaba porque, contrario a muchas gestas
anteriores, los cariocas dejaron de ser los “chicos buenos”, los integrantes de
la selección del mundo como siempre había sucedido cada vez que el equipo de
alguien se tenía que ir de la prueba y tocaba elegir uno para no perder el interés.
No era difícil advertir que Brasil partía con una presión
enorme, exagerada. Por eso ese cuento de la "bendición de la FIFA" que se lo metan a otros mas ingenuos. Quienes hayan leído de manera continua la evaluación
sencilla que he realizado de la prueba, habrán notado que en la misma siempre
mencioné este apartado como un factor clave para el nerviosismo y la pobreza
deportiva del equipo local, advirtiendo que sin importar en qué fase del torneo
quedara eliminada, incluyendo la final, sería un golpe de estado.
El conjunto de Scolari nunca había estado en
desventaja y cuando llegó el instante le faltó jerarquía, esa que tanto pregonaban.
A este grupo le pesó el momento histórico donde debían exhibir la grandeza de
una tradición. En vez de lucir mayúsculos, se vieron reducidos a su mínima expresión
y por eso se llevaron cinco en la primera parte y dos más en la complementaria
pues eran realmente impotentes, faltos de ideas, sin peso, sin convicción, ante
una Alemania que desaceleró su interés. Lució raquítica y pobre como la desnutrición
del continente.
La excusa por la ausencia de Neymar o Thiago
Silva no aplica. Con o sin ellos, la
historia hubiera sido igual (así lo reconoció el técnico), pues en el fútbol
hay jugadores que marcan la diferencia en momentos cruciales y Brasil no tuvo
uno solo porque fue un desastre total.
Lo mejor de todo es que la contundente demostración de
los alemanes los obliga a asumir sus errores y no buscar descargarlos en otros,
como le ha sucedió a otros equipos. España se fue porque, según ellos, tenían un
equipo viejo y predecible; en Inglaterra se tituló que el mundo había acabado
porque su escuadra llegaba antes que cualquiera lo hubiera advertido. Los
italianos taparon sus rostros y admitieron una vergüenza total; Camerún regresó
pálido de la pena y bajo las sombras del soborno; Portugal no tuvo tiempo de
reaccionar y compraron tiquete de regreso junto a un Ronaldo que no pesó.
A los franceses, después de ver lo hecho ante Brasil,
no les queda sino admitir que perdieron ante un gran rival que jugó a media máquina,
menos mal. Argelia, por su parte, se marchó con una de las propuestas más
alegres y complicando a una Alemania que se sorprendió cuando le jugaron con alegría,
como tenía que hacer el local en su momento.
Los uruguayos llegaron más lejos de lo esperado y
quedaron con la sensación de que con Luis Suarez frente a Colombia otra hubiera
sido la historia, mientras los aficionados cafeteros todavía siguen insistiendo
que su salida dependió de un árbitro amañado y un gol supuestamente mal
anulado, desconociendo que aquella tarde no se jugó bien.
Los mexicanos también lloraron la eliminación y
argumentaron elementos extradeportivos, pero la historia revela que cuando todo
lo hacía bien y apuntaban a seguir, se equivocaron contra un rival que no
perdona. El mundo entero cantó un penal decisivo cuando se produce la acción y
el mundo entero se retractó al ver la repetición un millón de veces más, el árbitro
no podía.
Chile regresó a casa con la frente en alto porque tuvo
en jaque al local. Lo puso a llorar con su fútbol alegre y la convicción de que
podían seguir. Fue un partido friccionado, duro, pero todo quedó en penales
donde la suerte y el llanto fueron repartidos. Igual le sucedió a Costa Rica,
un equipo con el rótulo de cenicienta que se creció, exhibió orgullo y una
propuesta conservadora que le dio grandes dividendos. Se fue alcanzando un
lugar en Cuartos de final y con la estadística de ser uno de los equipos más
atacados de toda la prueba con un arquero que marcó la gran diferencia es su
apuesta táctica.
Ecuador retornó en medio de un malestar general porque
en el último partido les faltó vergüenza. Debían jugársela toda y resignaron un
empate que no representó nada, absolutamente nada, sin avisos de pena.
Por la misma ruta tomó vuelo de regreso Estados
Unidos. Un equipo que dio avisos de cosas agradable, pero no importantes con un
técnico cuestionable que seguirá pese a la resistencia. Contra Bélgica no perdió
el puesto porque Howard lo evitó. Si le llegan a entrarle siete goles, como a
Brasil, que pudieron darse por la insistencia de los europeos y las facilidades
de los anglosajones, quien sabe dónde estaría.
A ellos se les suma Honduras que llegó simplemente
para disfrutar el privilegio de una clasificación sufrida. No tenían mucho, no
se esperaba nada y así partieron, como la peor de la delegación latinoamericana,
sin obviar que su presencia certifica que están por encima de muchas en su confederación.
Esto de perder no es bueno, a nadie le gusta porque
todos queremos ganar, pero solo uno podrá llegar a la línea de meta antes que
nadie. De ahí para atrás todos ocupan plazas que sobran después de la gloria. Si
solo se evalúa la cosecha final, se debe admitir que del monarca para atrás a todos
los demás les sobran pretexto, inclusive para las gestas dignas y ejemplares.
Por eso debemos evitar caer en el error de no valorar
lo hecho y alcanzado, siempre y cuando la constante sea mejorar y no vivir del
pasado, como seguramente Brasil lo hará para reparar el daño que le ha hecho a la
historia mundial con su triste actuación. Pareciera como si el hecho de no
haber estado en las Eliminatorias de la zona, hubieran forrado un producto que
al revelarse estaba desteñido e imperfecto, lleno de reparos y angustias, de
nervios y lamentaciones que llegaron desde todos los rincones del mundo donde
el fútbol sigue siendo el rey y Brasil un nombre descuartizado por una máquina
de jugarlo.
A eso si, en Japón y Corea se admiten los errores, se evalúan
nuevas propuestas y se empieza a trabajar seriamente en el futuro, como tiene
que ser. Eso de llorar no aporta nada pues ellos saben que por sus principios
de raza, lo dejan todo y le apuestan a mejorar fecundados en la experiencia.
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