Las sonrisas de Luis Van Gaal y sus dirigidos al
término del partido fue una directa contradicción a la previa al duelo contra
Brasil. Antes del puntapié inicial se dijo de todo, pero al final quedó
confirmado que este partido si tiene un interés que va más allá de ser la
antesala de la frustración por no jugar la final.
Buscaron todos los argumentos posibles pero los mismos
no tienen asidero a pesar de no estar en disputa nada más que el honor de
cerrar con broche de oro casi tres años de trabajo y esfuerzo. Que el partido
no es necesario, que es una pérdida de tiempo, un desgaste físico etc. Sin embargo
la felicidad fue evidente después de liquidar al local 3-0, como tiene que ser cada vez que se gana. Que no fueron los primeros,
eso es otra cosa, pero tuvieron su chance y se quedaron en la fase de penales.
Una cuestión deportiva, no del certamen.
La verdad sobre el duelo ganado por los holandeses es
una, muy simple: el partido forma parte del esquema del torneo establecido
desde el principio y conocido por todos los participantes, sin obviar que no se
juega gratis (el ganador recibe 24 millones de dólares). Otro aspecto
importante es que ellos forman parte de una vitrina que el mundo quiere ver,
son profesionales, viven de este negocio y así tienen que actuar.
Tampoco valen las odiosas comparaciones porque el
Mundial se juega cada cuatro años y en él se conjuga el sentimiento de cada país que participa, del
mundo entero. Un club exclusivo que reúne tan solo a los mejores 32 del
planeta, a los invitados de un torneo que ofreció opciones a todos y al cual
llegaron, en la instancia final, los mejores de cada federación.
El tercer lugar, más allá de ser “decoroso”, es la posición
alcanzada después de de casi 30 meses de competición y un mes de dura lucha por
alcanzar el lugar supremo. Por eso lo tienen que jugar y ojalá que nadie vuelva
a cuestionar la importancia de un partido que siempre tiene tribunas llenas,
televisión mundial y es seguido con especial atención, como se ha hecho en los
60 partidos anteriores, porque allí llegan selecciones que solo en esta
instancia podemos ver enfrentadas. Tal vez no vale nada en lo deportivo, pero
forma parte de un espectáculo pagado con anterioridad. ¿Será tan difícil de
entender?
En el otro campamento la situación era peor que jugar
un partido más. Brasil llegaba con la obligación de empezar a borrar la
histórica caída ante Alemania en Semifinales, pero confirmó que de recursos
tenía más bien poco. Hasta vergüenza les faltó y tuvo que sentir una pena
horrible al ver la casa llena, pintada de amarillo y con espectadores que
siempre los alentaron hasta el último minuto, en espera de ver lo imposible.
Siempre confiando en que su equipo iba a sacar la casta y mostrar porqué han
rayado la historia como la mayor potencia de este deporte. Pero no fue así y no
podía ser de otra manera.
Brasil cerró su participación reafirmando el pésimo momento deportivo que vive, la debilidad mental de sus jugadores ante la exigencia de una responsabilidad histórica y con una muestra de recursos mínima, pobre, sin peso ni jerarquía. Los únicos liberados de toda culpa fueron los integrantes de aquella selección maltratada de 1950 que tuvo que esperar 64 años para poder ser redimida y no precisamente con una página gloriosa.
Brasil cerró su participación reafirmando el pésimo momento deportivo que vive, la debilidad mental de sus jugadores ante la exigencia de una responsabilidad histórica y con una muestra de recursos mínima, pobre, sin peso ni jerarquía. Los únicos liberados de toda culpa fueron los integrantes de aquella selección maltratada de 1950 que tuvo que esperar 64 años para poder ser redimida y no precisamente con una página gloriosa.
El 3-0, más allá de lo estadístico, también sirvió
para ver que la protección de los árbitros para el país organizador fue un
fantasma creado por la impotencia de los conjuntos que partieron antes de
tiempo o cuando la expectativa procuraba mas.
El penal sobre Robben lo fue en el momento, pero como
siempre, incluyendo los narradores de Univisión que así lo vieron y lo cantaron
en primera instancia, todo el mundo cambió de opinión tras ver la repetición.
Lo vi penal y así lo hubiera sancionado, pero el error, porque este si lo fue,
es que Thiago Silva merecía la roja inmediata, no amarilla. Craso error del
central, como lo fue el del línea en el segundo tanto. La acción parte de
posición viciada y de nuevo el afectado fue el cuadro de Scolari que “tenía”
que ser protegido.
Además, para rematar, no se había amonestado en toda
la prueba un solo jugador que se lanzara fingiendo una falta (siendo Robben el
gran favorecido), pero justo el único que queda registrado por esta instancia,
después de 61 partidos, es un brasileño (Oscar) por una acción más clara que el
penal sancionado. Se equivocaron los árbitros, es cierto, pero el Mundial
cierra como uno de los buenos.
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