Mario Gotze es el nombre del verdugo, el asesino de un
sueño. El hombre que esperó con paciencia, casi de manera imperceptible, a que
el reloj marcara el fatídico minuto 113 para surgir de la nada y callar la
boca, lacerar un sentimiento, una ilusión. Con su gol, de bella factura por la definición
y por la inmensa corrida de André Schurrle quien centró de manera perfecta por
izquierda, Alemania se impuso por la mínima diferencia a la Argentina en un
compromiso muy disputado, aguerrido y bravo. Clásico y adecuado para una final
con equipos de características y propuestas equidistantes, polarizadas y
disparejas.
La victoria de los alemanes no debe ser sorpresiva, de
ninguna manera. Fue el campeón merecidamente y de paso selló una campaña
brillante, antes y durante el Mundial. Fue un equipo compacto, frio si se
quiere, inteligente y sobre todo capaz. Con muchas variante y un grupo de
jugadores que se comprometieron a darlo todo como conjunto sin depender de uno
solo. Una máquina engranada para ganar, demoler y generar fútbol, cerrando un
ciclo de casi ocho años de trabajo.
Argentina, antes de llorar la derrota, tuvo tres
opciones clarísimas para lograr lo imposible, dentro de sus limitaciones y
dolencias. Primero fue Higuaín, solo, de frente a la portería y la pone a un
lado tras empalmar un remate de principiante, se desvalorizó.
El segundo es de
Messi, del diez, el genio, y tampoco la pudo meter con su pierna preferida. La
pelota pasó cerca del palo izquierdo de Manuel Neuer, pero no marcó ninguna
diferencia pues fue un amague mas que no sumaba. Y el tercero, fue de Rodrigo Palacio,
con la misma constante de estar mano a mano y tampoco fue la vencida. Lo puso arriba,
intentando superar una torre y el balón terminó una vez más robando el grito de
la parcialidad suramericana que concluyó llorando. No porque su equipo haya
jugado mal, no. Hizo lo planeado, de acuerdo a los recursos, apelando al coraje,
la concentración y el sacrificio característico.
El público terminó inundado de lágrimas porque después
de 24 años esperaban saborear una vez más esa miel que ya ni se recuerda desde
1986. Es que eso fue el siglo pasado, ya suena a viejo. Por eso soñaban con
escribir su historia en el nuevo milenio y de paso defender el continente sin
darse cuenta que, por primera vez en la historia, como muchas cosas que se dieron
en esta prueba, se dejó escapar el trofeo hacia el Viejo Mundo. Siempre, hasta este
entonces, uno de los nuestro lo organizaba y el mismo u otro lo hacía respetar.
Esta vez no, el mejor nos irrespetó como continente y hoy disfruta su
superioridad.
Alemania campeón, que más se puede decir, fue el mejor
sin lugar a dudas. Nadie discute lo indiscutible y hoy celebran porque con gallardía
se debe reconocer que fueron los mejores, de principio a fin.
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