Argentina avanzó a las semifinales del Mundial. Doblegó
por la mínima diferencia a Bélgica y terminó apretando los dientes en los últimos
minutos del duelo, revelando la constante de los buenos partidos que hemos
visto en esta edición de Brasil-2014. No porque el rival haya sido superior o
descollante, sino porque a esa altura la atención se centra más en el reloj que
en lo deportivo. A ese punto hay que defender lo alcanzado o buscar lo perdido,
lo han hecho todos.
Esta vez Argentina demostró que está en alza y cuidado.
Que es un equipo aguerrido, que sabe superar esos momentos de incertidumbre que
tiene un torneo tan corto e intenso como lo es un Mundial. Ahora no solamente
depende de Messi, como en la primera fase, sino que poco a poco se consolida en
lo colectivo que pesa más. No ha perdido, sigue invicto así su despunte fuera
irregular.
Esta vez Argentina superó la historia que le dolía
desde hace 24 años cuando por última vez llegó a instalarse entre los cuatro
mejores del mundo, confirmando de paso porque fue la mejor selección de la
Conmebol en el proceso clasificatorio. Eso ya no se lo quita nadie y no sabes dónde
puede parar.
Esta vez quedó claro que Messi es un referente que
asusta y que arrastra marca del rival, obligándolos a tomar medidas extremas
para cuidarlo, anularlo, dejando sembrada, de paso, la imagen de los virtuosos
que fallan, que pecan y no pueden hacer lo que es costumbre en ellos, que son
humanos. Dilapidó una acción que era gol por lo que sabe y no pudo. Se le apagó
la chispa en el puntillazo final, reflejando que los nervios pesan y que los médicos
también se mueren.
Esta vez el güero Higuaín dejó claro que es letal, que
no se la olvida hacer goles. Que es fuerte y pelea desde su zona. Que no es un
virtuoso, pero tiene técnica suficiente. Que estuvo a punto de hacer una
pintura de gol por su corrida y maniobra individual, pero que estrelló su
remate en el horizontal porque le pegó con la rabia que tenía de haber sido señalado
y cuestionado. Fue el mejor y tiene más para dar. La definición en el gol es de
“sabueso fino”, de esos que no pueden tener un metro porque te fusilan y te
matan una ilusión.
Esta vez quedó en evidencia que Bélgica era eso y nada
más, ningún “caballo negro” como lo había advertido. Un equipo alegre,
batallador, atrevido, con gracia, pero sin definición. Demostró que lo hecho
contra Estados Unidos fue una ventaja ofrecida por el rival y no porque fuera
tan descollante como aquella noche. Partió con la etiqueta histórica de ser un
buen animador y nada más. Un equipo que todavía no posee la mística aureola de
los grandes, como le pasó a Portugal y recientemente a Colombia. Equipos que
alegraron, divirtieron, generaron expectativa, robaron aplausos, cariño y
sonrisas pero que pecaron por pequeños pero costosos detalles.
Ahora Argentina se reencuentra con la confianza de
estar donde le gusta, donde sabe y donde le duela a cualquier equipo. Su próxima
salida, antes de una final, será su verdadera prueba de fuego.
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