



Pasó África 2010, apuntamos a Brasil 2014, no sé si me le mida a Rusia 2018, pero lo que si no veo claro es un Mundial en Qatar. Es curioso que un país sin historia deportiva, pero sumamente rico, haya superado a naciones más tradicionales en el plano futbolero y con un panorama económico estable.
Qatar, como bien lo reseñaba, nunca ha clasificado a una Copa del Mundo. Es más, nunca ha podido pasar de los Cuartos de Final en la Copa de Asia y en el ranking mundial de la FIFA, aparece por encima del puesto 100. Si muchos criticaron la presencia de Sur África en la pasada cita orbital, qué podremos pensar desde ahora con respecto a los “majitos”, salvo que rompieran todos los esquemas y pronósticos en los próximos diez años, y se volvieran rivales de peso en el plano deportivo y no monetario.
Otro factor que también invita a la reflexión, y por ende no se puede obviar, es el clima que se vive en esta pequeña nación árabe, enclavada en el golfo Pérsico. Las temperaturas no son altas sino altísimas en el verano. A mediados de año es posible que el termómetro supere los 45 grados sin problemas. Pese a que los estadios tendrán aire acondicionado, de acuerdo a los responsables de la organización (y todos sabemos que lo pueden hacer), la pregunta es cómo sobrevivir a tan infernales temperaturas cuando no hayan partidos. ¿Cómo resistir, especialmente para los friolentos, este horno atmosférico en las calles, en los entrenamientos?
A pesar que en el país abunda el dinero, está claro que los costos de producción serán astronómicos si se tiene en cuenta que todas las sedes deberán tener estadios nuevos, construidos desde abajo, sencillamente para cumplir los requisitos de la FIFA. Después que termine la prueba, es decir un mes más tarde, verá la gente de Qatar qué hace con las estructuras, pues no es de locos pensar que en un país donde el fútbol no brilla por su grandeza deportiva, por su pasión, y donde los estados existentes son más bien pequeños, estas monumentales construcciones quedarán fuera de moda cuando el Mundial baje el telón.
Qatar es un país que no llega a los dos millones de habitantes. Su capacidad hotelera no es la más grandiosa del mundo y no tiene el mejor ambiente para el fútbol, como ya lo había resaltado. Es difícil pensar que se pueda generar toda esa magia, ese encanto, esa provocación deportiva como para que el extranjero se motive a viajar, sin dudarlo un par de veces previamente.
Los estadios propuestos se encuentran a horas de la capital (Doha). Pese a que los organizadores aseguraron que el transporte no será problema y que se podrán apreciar dos juegos en un mismo día, quienes conocen Qatar se cuestionan cómo solucionar el problema del tráfico en un país que se distingue, entre otras cosas, por tener grandes complicaciones vehiculares en las calles durante todo el día. Allí se gastan el dinero en muchas cosas, pero no necesariamente en carreteras.
Más allá de las tradiciones y la cultura, de la religión y la óptica que se tenga de las mujeres y de sus posiciones extremistas en muchos frentes, existe un tema que vale la pena analizar: la venta de licor (y eso que a mí, que no tomo, no me debería importar). Todo el mundo sabe que los árabes son rigurosos en esta materia lo cual, según los expertos, le quita la libertad a los aficionados de tomarse una cerveza o compartir un par de tragos en un bar, como generalmente acontece en las ciudades que se colman de aficionados al fútbol. Todo eso sin tener en cuenta los costos que se pagan por cualquier producto o servicio en un país donde el dinero tiene otra dimensión y donde el promedio de ingresos per cápita es muy elevado. Si viajar a Turquía representa desembolsar seis euros por una gaseosa pequeña, qué podremos esperar en un país donde el agua es más costosa que el petróleo. ¿Fue una buena elección esta sede para la FIFA ($), o un atentado contra la esencia del deporte y su afición? Amanecerá y veremos.
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