Son altos, talentosos y capaces, pero ante España se vieron pequeños e inofensivos. Habían llegado a esta instancia después de dejar en el camino a dos “monstruos” históricos (Argentina e Inglaterra), a los cuales doblegó sin piedad, con contundencia, por eso parecía que el título preguntaba por ellos. Sin embargo, pese a los pronósticos, jugaron su peor partido del Mundial y ahora están de regreso a casa. No fue la Alemania que habíamos visto en otros encuentros, fue mucho, pero mucho menos. Renunciaron al ataque, se mostraron fríos, calculadores y esperando un equivoco, tan solo uno que nunca llegó. Se murieron de jugar a nada, como dijo mi amigo Jorge.
Tal vez fueron ellos, pese a su estatura, los que pecaron y permitieron que un jugador limitado en su técnica, pero valiente como ninguno, llegara desde atrás y metiera un cabezazo impecable, tan perfecto como contundente. Un golazo que le permite a España ilusionarse con un título orbital y para que un incansable como Carles Puyol se levante como héroe. Que grande suena eso para un país que vibra y se rinde por este deporte.
Después del fatídico gol reacciona Alemania, pero nunca fue capaz de inquietar. Lo había hecho antes de ir en desventaja con un par de acciones donde estuvo atento Casilla, pero ya era mayor el aporte de Manuel Neuer quien frenó de manera espectacular un par de remates frontales a quema ropa. Inclusive, en una de las acciones, la pelota camina coqueta muy cerca a la línea de cal esperando una tierna patada que la pusiera adentro.
Para ser precisos, fue el equipo ganador el que más se brindó por el espectáculo. Supo desde el arranque que debía esconderle el balón a su rival e hizo la tarea muy bien administrándola con propiedad y buen gusto. Fue esta medida la que descompuso el sector posterior teutón en varias ocasiones ante la relativa tranquilidad de un oponente concentrado y calculador.
España, que vino de menos a más, poco a poco se reencuentra con su nivel. Don Vicente regula su trabajo, mueve sus fichas de la mejor manera y recompone la actitud de un equipo que estuvo dudoso en la primera fase de la prueba. En algún momento, desde esta columna, asegurábamos que Suiza le había dado a los ibéricos una cuota de humildad que los puso en riesgo y los sentó a tierra. Fue esa dura realidad, la de conocer la derrota, la que permite al equipo entender que de nombre nadie se asusta y empiece a descubrir su libreto de juego. Allí, apoyados en el talento de Iniesta, Xavi y David Villa, la Furia Roja se descubre y recompone su actitud, por eso la caída ante los suizos pudo haber sido la derrota más importante de cara a un título.
La final de la Copa del Mundo tiene ahora una característica propia: es inédita. A ella llegan dos equipos que supieron aprovechar las ventajas que tuvieron de sus rivales, se aferraron a su capacidad colectiva e individual, pero fundamentalmente no renunciaron a su objetivos en el momento que las adversidades se hicieron presente.
Para ser consecuente con mi postura, especialmente ahora que ya no existe ningún latinoamericano en contienda, me inclino por los españoles para dar el giro olímpico este próximo domingo porque son más, sin querer decir que no puedan tener una jornada desafortunada. Mi candidato salía de la llave que jugaron argentinos y alemanes, pero ambas escuadras no están (por eso le aposté hasta el último minuto). Sin embargo creo que el mejor fútbol se vio en los grupos del hemisferio oriental (E,F,G y H) y a esta zona pertenece el combinado ibérico. Así mismo, contrario a mi pronóstico inicial, ninguno de los tradicionales invitados se quedó para cerrar el baile. Esta vez fueron un par de príncipes que estaban cansados de no ser coronados. La mala noticia es que solo una de ellos caminará por la pasarela repartiéndole besos a su afición. Igual, es la UEFA la que corona un nuevo monarca, que sabor amargo me queda.
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