
España tuvo el balón la mayor parte del tiempo (63%), creó el mayor número de opciones (24), pero los puntos se lo llevó el representativo de Suiza en el cierre de la primera jornada del Grupo H. Un solitario gol de Gelson Fernándes, a los 52 minutos, enmudeció el estadio casi por completo. Fue un gol sorpresivo, peleado hasta el final e injusto porque el equipo ibérico era el “dueño” absoluto del partido. Pero como sucede en muchas ocasiones, quien no hace los goles los ve hacer y esa fue la máxima que se cumplió esta vez.
Muchos dirán que España está en peligro, casi eliminado y cosas parecidas que siempre se escuchan cuando se pasa de la euforia al pesimismo exagerado. La verdad es que no es así. Los españoles tienen suficiente recursos individuales y colectivos como para superar la adversidad que hoy enfrentan. Es mas, estuvieron a punto de recibir otro gol en contra que hubiera sido lapidario no por ser el segundo, sino por la profunda herida de incredulidad que hubiera abierto. Es que ver a miles de aficionados llorando la “amarga pena” es el ejemplo de las cosas que los medios se encargan de venderle a los que pagan por el espectáculo.
Seamos francos: España fue superior en todas las líneas y arremetió con comodidad a lo largo del encuentro, menos en los últimos diez minutos donde el desespero era evidente. En defensa no tuvo mucha exigencia y cuando precisó los servicios del sector posterior éste lo hizo con propiedad, así hayan perdido. En la zona de volantes generaron fútbol ofensivo, fueron atentos en la recuperación y prolijos en la entrega, pero no contaban con que su rival no tendría ninguna vergüenza en defender un empate desde el arranque y mucho menos que lo hicieran con comodidad y disciplina.
El gol fue una acción fortuita (como lo hubiera sido el segundo), donde se aplaude la maniobra colectiva y la definición de los suizos. Tal vez por eso reinó la preocupación, pues los dirigidos por Vicente del Bosque sabían que su rival, basado en el sacrificio y con una cuota de humildad monstruosa, estaban derribando las ilusiones de un seleccionado arrogante como el que conformaron los analistas deportivos españoles, basados en una Eurocopa que fue bien ganada, una ronda clasificatoria brillante, una serie de partidos preparatorios que sirvieron para ultimar detalles, pero olvidándose que el Mundial es otra cosa.
En Sudáfrica hubo borrón y cuenta nueva para todos. La adrenalina, la vergüenza y el amor por la camiseta, brota a manantiales enormes en el pecho de todos los jugadores y nadie tiene nada garantizado solo por el nombre o por lo que hicieron antes del arranque de la prueba orbital, ni siquiera por una historia y un palmarés lleno de grandes logros.
Por eso Brasil ganó pero no fue Brasil. Por eso los coreanos celebraron el tanto del descuento como si fuera el mayor botín obtenido en la historia deportiva de este país. Ellos se dieron cuenta que ese cúmulo de estrellas que parecen intocables, no lo son tanto cuando se les mira con respeto pero sin miedo. Y ese es un factor que ningún jugador admite en el Mundial. Sino pregúnteles a los suizos y encontrara una respuesta adecuada.
Para ser campeón del mundo se admite una derrota, nada más. Afirmación que sostengo no por antojo sino porque la matemática me respalda. Ganar los siete partidos es lo ideal, pero esto solo lo contemplan los grandes y eso que no tienen nada garantizado.
España, que siempre ha sido un invitado especial, pero no de lujo, tiene esta vez la opción de recomponerse y mirar la final como un reto no imposible, pero al cual se llega cuando se trabaja con humildad, sacrificio y esfuerzo.
No por el color de una camiseta o la variedad de jugadores que se pueda tener, así sean todos ellos los mejores del momento del Viejo Mundo o en sus clubes, pueden pretender dar una vuelta olímpica sin transpirarla dejando todo en la cancha. Ese cuento en un Mundial no tiene validez y está comprobado desde 1950 para no ir más lejos.
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