
España-Paraguay, así quedó definida la última llave de cuartos de final de esta Copa del Mundo. Quién podía pensar que el conjunto del Tata Martino llegaría a esta instancia rompiendo todos los pronósticos. Y es que como están las cosas hay una suma sencilla que se aplica a los 8 clasificados: cualquiera de ellos está a dos partidos de ir a la final el 11 de julio. Por eso la moral, los sueños y el esfuerzo se multiplican en esta instancia.
Los españoles, que habían arrancado con muy poco combustible, se jugaron su mejor partido hasta el momento. Con el fútbol exhibido no solo redujeron las posibilidades de Portugal, sino que lo hicieron ver como un equipo limitadísimo, en donde se erigió como gran figura el arquero Eduardo y no su delantero Cristiano Ronaldo que, para salir de él, no aportó nada al espectáculo, al rendimiento del equipo y mucho menos a la Copa del Mundo. Un jugador más, que produce muchos millones de dólares en publicidad, con un ego enorme, pero un jugador común y corriente en esta ocasión. Triste realidad deportiva de un delantero que estuvo más pendiente de los monitores que de su equipo. Solo cuando se conectó contra los coreanos dio pinceladas de lo que sabe hacer.
El equipo de Vicente del Bosque por primera vez demostró que tiene argumentos para pensar en una final. Su fútbol vistoso y rápido, sumado a la capacidad de jugadores como David Villa, lo hacen temible cuando marchan en ofensiva. Fue precisamente el goleador de los ibéricos, y de paso es uno de los máximos del Mundial junto al argentino Higuain, quien marcó el único tanto del compromiso al minuto 63 en una jugada bellamente confeccionada con pases exquisitos y taco previo de su compañero Fernando Llorente.
También se destaca la labor de Andrés Iniesta, Sergio Ramos, entre otros, quienes se mostraron con personalidad y sacrificio en la zona media y corredor derecho respectivamente. Es mas, repito, de no haber sido por la monumental tarde de Eduardo, la goleada hubiera sido similar a la que Portugal le aplicó a los coreanos del norte.
Con este grupo de jugadores buscando su nivel y reencontrados con la motivación adecuada, después de haber tocado tierra de nuevo, tras su clasificación dudosa y el fútbol opaco que mostraron en la fase de grupos, ahora España busca un protagonismo que casi se diluye por el marcado ego de sus componentes. Con esta lección aprendida ahora las cosas toman un nuevo matiz.
Pasó Paraguay
Angustiante, trágico si se quiere. Así se puede definir la serie de penales en una Copa del Mundo. El que dilapida su turno se convierte en villano, el arquero que detiene un héroe. En esta ocasión no fue Justo Villar el protagonista, fue el defensor Yuichi Komano, quien con mucha fuerza estrelló su remate en el travesaño, mientras que los guaraníes estuvieron impecables y ahora celebran un sufrido triunfo frente al cuadro nipón.
En la previa aparecían los suramericanos como favoritos, pero en la cancha todo se vio muy equilibrado. La primera fracción mostró a Paraguay apelando a su férrea labor de marca en la mitad y explotando las bondades del juego aéreo, mientras que los japoneses le apuntaron a su buena técnica y su vertiginoso desdoblamiento ofensivo. En cualquiera de los dos casos un error hubiera marcado la diferencia.
Sin embargo al final el resultado se mantuvo inalterable y a pesar de jugarse las dos fracciones adicionales, por momentos se tuvo la impresión de que los combinados le apostaban a la lotería de los penales sin importar que todos los cambios tuvieran un tinte de agresividad en busca de la victoria (se refrescaron las dos zonas ofensivas). Al final se dio esta temible instancia de apelar a la incertidumbre y fueron los suramericanos el cuarto seleccionado de nuestro continente instalado entre los 8 mejores del planeta.
Vale la pena destacar las lágrimas que brotaron desde el alma de los aficionados y jugadores orientales, pero especialmente destaco la gallardía con la que fueron despedidos. En cada rincón del estadio donde hubo una bandera japonesa, fueron todos a saludar su parcialidad y hacerles un gesto de respeto y admiración por la labor cumplida. Acto seguido las banderas ondeaban sin parar, mientras de nuevo los ojos se humedecían por la tristeza de un sueno que no pudo ser. Todo un gesto de competitividad, entrega y orgullo.
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