Ya faltan pocas semanas para que inicie la
Copa del Mundo en Rusia y todos los combinados nacionales invitados preparan
hasta el más riguroso detalle con una sola idea: buscar la gloria.
El seleccionado colombiano no es la excepción,
solo que esta vez no va como simple animador sino como equipo de talla mundial (decimosexto
en el ranking de la FIFA) y con posibilidades serias de protagonismo, rótulo
que pesa y marca una gran diferencia a la hora de los partidos.
Colombia, como todos saben, quedó sembrada
en el grupo H donde se medirá a Japón, Polonia y Senegal respectivamente. El
debut será frente a los nipones el 19 de junio (martes) a las 8 de la mañana para
nuestro continente. Luego seguirá una dura prueba ante los polacos el domingo
24 (2 p.m.) y se cierra la fase de grupos contra Senegal el jueves 28 a las 10
de la mañana. Hasta ahí todo bien, todo claro, sin ningún problema. Ya muchos,
inclusive, empezaron a mirar el calendario del torneo para ver cuál es nuestro
posible rival en la segunda fase (ahí estamos pintados).
Antes de meternos en lo que puede pasar
dentro del grupo, digamos que la buena noticia es que Colombia tiene, en estos
momentos, un grupo humano de mucha calidad, con jugadores comprometidos, con
buen nivel y sin miedos escénicos. ¿Cuáles serán los convocados? Ese será un análisis
que haremos más adelante para aumentar todas las especulaciones que se hacen al
respecto a menos que el técnico argentino lo decida antes del 4 de junio que es
la fecha límite.
Para evaluar las posibilidades de Pékerman
y sus dirigidos, regresemos un mes atrás y miremos los partidos que se jugaron
contra Francia y Australia, no para evaluar nada táctico sino la parte psicológica
de ambos compromisos donde radica el éxito o el fracaso en el mes de junio.
Contra los galos, el 23 de marzo, se jugó
un partido que terminó por aumentar la euforia de los aficionados y un sector
de la prensa deportiva (menos mal que no lo celebraron como el 5-0 contra
Argentina). Sin embargo, cuatro días más tarde, la sensación cambió ante el
empate a cero conseguido con los australianos. Ahora bien, si el resultado tres
por dos frente a Francia marcó un hecho histórico y digno de aplaudir, hay dos
cosas que ningún medio registró: la actitud de los colombianos en el primer
tiempo y el caos de los franceses en el segundo.
En la primera fracción Francia arrolló
literalmente a Colombia. En pocos minutos lo liquidaba dos por cero con comodidad
y buen fútbol. El presagio de una goleada y otra vergüenza rondaban en el
Estadio de Francia. El cuadro local cabalgaba con comodidad, de manera
elegante, con buen toque y sin ningún temor. No solo eran los locales, sino un colectivo
con sello de campeón orbital y europeo, inundado de buenos jugadores.
Al frente se le paró un conjunto arrugado,
impreciso y temeroso; desconcentrado y sin convicción. Solo un gol accidental
de Muriel lo regresó a la pelea. Sin embargo, para la complementaria, las cosas
cambian. Pékerman ajusta marcas, genera compromiso, elimina temores y el
decorado es otro. Colombia cierra espacios, le mete huevos a cada balón, James
se integra, genera fútbol y el visitante confundió al sobrado local. Esa era la
actitud que debía mostrar el cuadro cafetero desde el arranque, mas allá del
resultado. El fútbol lo tienen, eso se sabe, pero nadie conoce qué puede pasar
por la cabeza de cada integrante. Por eso Francia se diluyó, atolondrado y sin
comprender qué fue lo que pasó en el entretiempo. Porque de estar sobrados en
los primeros 45 minutos, se vieron pillados por un rival que no era, ni de
cerca, al del primer periodo. De la abundancia de espacio pasaron a la confusión
y la estrechez, mientras Colombia se transformó del temor a la convicción. Ese
fue el ingrediente que marcó la diferencia.
En el duelo contra Australia las cosas suceden
lo contrario. Colombia era el favorito y casi todos apostaban a la victoria (más
de uno renegó cuando le salió el 0-0 en la “polla”), saliendo a marcar un
estilo que se esfumó en el primer cuarto de hora. Estaban convencidos que los
australianos se iban a arrugar, estrellándose con una pared enorme. Cometieron
el error de entrar en el juego físico que les propusieron y terminaron
enredados y sin brillo, toda una angustia. Los grandes referentes como Falcao y
James los tenían anulados. Radamel estaba escondido, temeroso de que una lesión
lo marginara del Mundial; James no pesaba, y solo se libraba una batalla de
guayo en la mitad, donde la contención cafetera rendía con agallas.
En la complementaria los colombianos
intentaron mejorar, pero el rival no cedía, no regalaba un metro, una pelota. Afortunadamente
Pékerman tiene una visión clara del deporte. Sacó a Falcao, que estorbaba, y le
dio paso a Miguel Borja, quien fue la clave que resucitó a los colombianos mas allá
del resultado final.
El cordobés le cambió el chip al partido. Los australianos se
encontraron con un desconocido muy potente y veloz. Un jugador que les alteró
las funciones y los hizo ver inferiores. Fue desde el ingreso de Borja que
Colombia recuperó la memoria, se fue al frente, empezó a atacar. James se sintió
liberado y asume su posición de líder, mientras que el delantero de Palmeiras,
hoy considerado uno de los mejores atacantes del continente, se cansó de
estrellar balones en los palos y hacer trizas la zaga australiana. Sin embargo,
para confirmar quienes somos, solo recibió críticas duras y cualquier cantidad
de memes por no haber convertido y desperdiciado un penal que hubiera
confirmado la superioridad de los cafeteros en la segunda fracción. Por lo
menos entendieron que ese cuento de ser favoritos es eso: solo un cuento. Si
Colombia quiere tener un arma secreta en el Mundial, esa es Borja porque es un
delantero distinto a todos los demás. Un toro de lidia y bravo.
En el fútbol no se ganan los partidos por
ser favoritos, y mucho menos en un Mundial. Si Colombia es de verdad el mejor
del grupo, entonces debe salir a liquidar en cada duelo sin reparos, porque
pueden estar seguros de que los rivales no saldrán a jugarle como Francia sino
como lo hizo Australia, de tú a tú, sin aprensiones. De eso depende que
Colombia sea o no protagonista del Mundial, de la actitud que demuestre como
equipo grande, porque lo es, pero sin soberbia. Por eso Brasil y Alemania le
meten la mano a cualquiera, de eso ellos saben. Está en Pékerman y sus
dirigidos, así como en la afición, entender que Francia aprendió la lección
frente a Colombia y Australia nos adelantó que en una cita ecuménica nadie
regala nada y todos buscan romper la historia.
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