Anoche me integré a la celebración de los colombianos después
de la sólida victoria ante Uruguay en el Maracaná. El ambiente era maravilloso,
con una alegría total. El guaro iba de esquina a esquina, la música,
especialmente la cumbia, invitaba a danzar, a exhibir nuestro ritmo, a levantar
los sombreros, besar las banderas y muchas cosas más. Manifestaciones reales de
una felicidad total por ese grupo de hombres que nos han unido, que nos han
puesto a soñar liderado por un argentino que sufrió al igual que todos y que
llevaba una manilla con la tricolor en su mano derecha, un detalle agradable
porque revela el compromiso que siente.
Tras saludar a mis amigos y hacer un brindis con una Águila
bien fría, dos preguntas me hicieron que quiero responder. La primera es porqué no llevaba la camiseta de la selección
y la segunda mi pronóstico del viernes
contra Brasil.
Con respecto a la primera pregunta, me remonto a 1993
cuando derrotamos a Argentina 5x0. En aquella oportunidad, estando en NY, una
de las cámaras del canal donde trabajaba recogió las imágenes de la avenida
Roosevelt. La misma calle que enloquece cuando el tren 7 la supera en su
ruidosa ruta, la cual fue cubierta por una ola amarilla que brotó como un tsunami,
dejando sin reacción a la policía neoyorquina que no entendía como un partido
de fútbol pudiera causar tanto caos.
En aquel momento estábamos “para ser campeones del
mundo y no había mejor equipo en el planeta”, según gritaban los aficionados,
entendiendo la presión que la histórica victoria representaba para el equipo de
Maturana. “Nos jodimos” fue la respuesta que el chocoano le dio a su asistente
Bolillo Gómez, como lo reconociera después en una entrevista, y fue así porque
el triunfalismo y el folclorismo nos pudo más que la cordura.
Antes del inicio del Mundial USA 94, en mi programa
radial, tuve el “atrevimiento” de pronosticar que Colombia llegaría, si mucho,
a los Octavos de final y pare de contar. Semejante osadía me costó los mas
coloridos y destemplados insultos (que pesar de mi mamá); recibí amenazas telefónicas
y fui considerado un apátrida total, además de haber sido perseguido en un par
de ocasiones por borrachitos que buscaban desahogar la rasca con el “hijueputa
aquel” (ósea yo).
Cuando el descalabro llegó frente a Rumania y EEUU,
nadie tuvo la gallardía de llamar a disculparse y mucho menos reconocer que estábamos,
incluyendo muchos medios, montados en una nube de humo. Cuando abrí las líneas y
reté a la gente para que opinaran lo sucedido o refutaran lo expuesto por este
servidor, el silencio fue total. Por eso sentí un “fresquito” delicioso, debiendo
admitir que amo el fútbol, pero nunca he sido un aficionado, un hincha o un fanático
del mismo que son tres términos similares, pero no iguales. Desafortunadamente aprendí
un oficio en el cual me enseñaron a buscar la imparcialidad (falta de designio anticipado o de
prevención en favor o en contra de alguien o algo, que permite juzgar o
proceder con rectitud) y objetividad (desinterés, desapasionamiento).
Lo anterior me obliga a reconocer que soy un tipo aburrido viendo fútbol.
No grito, no salto y tal vez sufra, pero en un silencio desmedido. Mi correría por
distintas canchas del mundo me permitió ver el espectáculo retirado de las
tribunas, en zona apacibles, adecuadas para el oficio, admitiendo que la
verdadera fiesta está en las tribunas y que es maravillosa, un verdadero espectáculo,
pero no pertenezco a ella porque mientras los ojos van tras del balón, yo miro
el desplazamiento de los jugadores, su rendimiento, cualidades técnicas,
sacrificio etc.
Por eso no me pongo la camiseta, porque mi respeto y admiración
por el deporte y por la selección Colombia, en este caso, va más allá de un
buen o mal momento. Porque tener una camiseta no es sinónimo de orgullo ya que
el mismo va por dentro, cuando se te agiganta el pecho escuchando y cantando tu
himno, cuando sonreís cada vez que hablan bien de tu país, de tu gente, de tus raíces.
Cuando estás dispuesto a dar lo mejor para que lo que hagas sea el reflejo de
una cultura; cuando estás abierto a recibir aquellas criticas que ayudan a
crecer a mejorar. Cuando respaldas a los tuyos en las buenas y en las malas,
sin importar qué. Cuando defiendes a tus héroes y nos los destruyes porque
dejan de ser imbatibles. Porque ser colombiano es una vanidad que se lleva
desde que nos dieron de mamar en la cuna, con el tetero lleno de café y leche
Klim para que rindiera y por eso hablar bien o aplaudir con amor es muy
distinto a derrumbar, maltratar y despotricar de nuestros ídolos solo cuando
aportan resultados como el invisible Nairo Quintana, por citar un ejemplo
reciente. Un corajudo guerrero que del anonimato se convirtió en figura de
todos, lo máximo, mientras Maturana y Bolillo siguen siendo unos pillos, olvidándonos
que fueron ellos, con sus yerros y aciertos, quienes abrieron la ruta del
progreso futbolístico desde 1989 cuando Atlético Nacional realizó lo impensado
en la Libertadores de América. Porque a Leonel lo maltratan e insultan ahora en
su fase de técnico, obviando que por muchos fue el guerrero que identificaba
nuestra raza, un varón de duras pruebas que se partió las piernas por
representar un país.
Así mismo, se nos olvida que antes de esta selección,
la del 62, en Chile, llegó con un grupo de criollos, sin nada más que el deseo
de servirle al país. Que allí se ha marcado el único gol olímpico en la
historia de los mundiales y fue al mejor arquero del mundo en ese momento. Que debutamos
con derrota ante Uruguay, pero tres días más tarde empataríamos históricamente frente
a Rusia 4x4, toda una leyenda.
Por eso les pido a todos ustedes, cualquiera sea su
nivel de apasionamiento por este deporte, que sin importar el resultado frente
a Brasil, no olviden que este grupo humano nos ha hecho delirar y poner el
nombre del país muy en alto. Que más allá de lo que pase cuando el recambio se dé,
estaremos siempre dispuestos a respaldar a los nuestros en las buenas y en las
malas, a creer que se puede desde el arranque y no solamente cuando los
resultados se dan. A que nuestros ídolos deportivos tengan un “corredor de la
fama” como lo hay en cada disciplina que se realiza en los Estados Unidos. A
que no nos paremos en la cabeza del héroe caído, sino que con nuestros aplausos
los ayudemos a crecer y realizar.
Ahora entienden porque no me pongo la camiseta sino
que la llevo en el alma? Porque a mí no se me olvida lo hecho por María Isabel
Urrutia, Pacho Maturana, Bolillo Gómez, Henry “la mosca” Caicedo, Gabriel
Ochoa, “Mincho” Cardona, Arnoldo Iguarán, Andrés Escobar, Víctor Aristizábal,
Iván Ramiro Córdoba, Jairo Arboleda, René Higuita, Jorge Luis Pinto, Reynaldo
Rueda, Marcos Coll, Delio Gamboa, Marino Klinger, Kid Pambelé, Rodrigo Valdez, Happy Lora,
Cochise Rodriguez, Ramón Hoyos, Faustino Asprilla, Carlos Valderrama, Luz Mery Tristán,
Víctor Mora, Lucho Herrera, Fabio Parra, Caterine Ibarguen, Juan Pablo Montoya,
Shakira, Juanes, Grupo Niche, Guayacán; por los patinadores cafeteros que nos
han llevado a ser la máxima potencia del planeta en esta disciplina y a pocos
les importa etcétera, etcétera.
Porque todos ellos hicieron las cosas siempre pensando
en ganar, en darle a Colombia el nombre que se merece, en acabar con los
estereotipos que Pablo Escobar y mil capos más nos regalaron sin pedirlo, mas allá
de que lo hayan logrado o no. Porque Colombia no es un país de perdedores sino
de gente capaz que necesitan apoyo y credibilidad en todas las esferas,
especialmente del público que los sigue.
Por eso, respetando como usted sienta y viva las
cosas, porque de eso se trata esta nota, redondeo diciendo que no soy un
aficionado más y me vestiré con la camiseta de mi país el día en que el
concepto y su aplicación sean unificados. Porque no soy un novelero mas sino un
colombiano orgulloso de su país, su gente, su música, su cultura y todos sus héroes.
Esta nota se la dedico a mi cuñado, un hombre
enamorado del Deportivo Pereira como nunca he visto. Que lo sufre y lo goza en
las buenas y en las malas. Que celebró su fiesta de 40 con los colores del equipo
y los asistentes uniformados; que cada que puede va al estadio a gritar por él
y que quiere ser millonario para rescatar la institución de la mediocridad gerencial
en que vive, es decir uno de esos aficionados que cualquier equipo quisiera
tener, tal vez como usted, como tiene que ser.
Con respecto a la segunda pregunta, regreso más
adelante. Como anticipo les digo que si, si creo que le podemos ganar a Brasil
y les diré porqué.
Aficionado:
Que siente afición por un espectáculo y asiste frecuentemente a él o lo
practica.
Fanático: Que
defiende con tenacidad desmedida y apasionamiento creencias u opiniones, sobre
todo deportivas, religiosas o políticas. Preocupado
o entusiasmado ciegamente por algo.
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