Antes del primer partido éramos los favoritos
absolutos para clasificar y los más temidos del grupo para enfrentar. Íbamos a
cabalgar fácil, sin problemas, como “Pedro por su casa”, hasta que Japón nos devolvió
a la realidad y reveló lo que somos: triunfalistas y folclóricos.
Después del dos a uno contra los nipones hubo
malestar, tristeza y hasta amenazas, de esas que no faltan cuando dos
colombianos discuten y solucionan sus problemas con bravuconadas, trompadas o
insultos, porque así como somos de resistentes para apretar nalga cuando la selección
juega, así somo de groseros cuando las cosas no se nos dan. Es cuestión de
cultura, entiéndanlo, equivocada y dañina, pero así somos, repito.
Lo mejor de todo, es que por primera vez, antes
de enfrentar a Polonia, el país y su gente se vio unido, aferrados a la fe y la
confianza de que cualquier adversidad se puede superar con esfuerzo y
sacrificio, luchando por un ideal, peleando con gallardía. Esos ingredientes que
deben primar en todos los renglones de la convivencia.
Hasta el minuto 59, contra Senegal, el otro de
los dos favoritos estaba eliminado, enredado y confundido en sus limitaciones,
sin poder romper la agresiva marca de los africanos y con escasos tintes de mejoría.
Solo la victoria lo podía salvar o acaso que los polacos, esos mismo que
despachamos el domingo y que eran tan favoritos como nosotros, nos dieran una
mano. De pronto, en las tribunas estalló la algarabía porque un chico de 22 años,
un defensor espigado, que nunca había marcado con su selección, rompió el cero
en Volgogrado y eliminaba a los nipones transitoriamente, dándonos paso como
segundos. Apretamos más las nalgas, cruzamos los dedos, nos persignamos y quien
sabe cuántas cosas hicimos para que esto no cambiara. Pese a tener que depender
de otro resultado, por lo menos a partir de ese momento Colombia resucitaba y
se mantenía en la competencia.
Siguieron quince minutos más de angustia,
sumidos en el calor del desespero, con los ojos puestos en la cancha y el corazón
acelerado, hasta que la explosión se produjo. Rayaba el minuto 74 cuando Yerri
Mina, el espigado central de Barcelona, ese que está sentado esperando pista en
el cuadro catalán, se levantó del piso a conectar un balón servido por el
talentoso Juan Fernando Quintero desde el sector derecho, explotando el grito
de gol en el corazón del pueblo cafetero. Metió un cabezazo certero y al piso
que no pudo contener Khadim Ndiaye. De ahí en adelante nadie se sentó. Hubo cánticos,
aplausos y muchos abrazos. Pese al esfuerzo final, los senegaleses no pudieron
igualar la pizarra y terminaron tendidos en la grama, llorando su tragedia,
mientras que Japón, ese mismo que nos devolvió a la tierra con dos goles
cargados de humildad y sacrificio, de respeto por el rival, se abrazaba y
clasificaba como el primer equipo en hacerlo en un Mundial por el juego limpio.
Al final Colombia terminó primero, pero muy
alejado de lo pensado por todos. Llegamos a la cima arañando la agonía,
asfixiados por el esfuerzo, pero sin dejar de luchar un solo minuto que fue lo más
valioso. No estamos jugando bien, para que nadie se equivoque o lo pregone a
los cuatro vientos; nos faltan recursos cuando nos cierran las marcas, tenemos
la pelota, triangulamos con ella, pero adolecemos de variantes para penetrar y
romper las zagas contrarias. James está tocado, algo serio parece. El soleo de
la pierna izquierda, un músculo vital para saltar y poder sostenernos en pie,
lo está mortificando. Falcao no brilla, ya marcó su gol, pero sino da más en la
próxima salida, por más capitán que sea, que le de paso a Borja. Tal vez un
desconocido relaje un poco a la defensa rival y eso nos de los espacios que nos
cierran o no podemos generar.
Ahora viene Inglaterra que jugó con sus
suplentes frente a Bélgica, en una fase donde no se admiten errores. A ellos le
duele la pelota a ras de piso, pero son veloces y complicados por arriba, donde
tampoco somos unos maestros. Ellos tienen lo suyo y nosotros lo nuestro, pero más
allá de seguir con vida y de no perder las ilusiones, lo importante es aprender
la lección y de una vez disfrutar el fútbol como un deporte que apasiona y
llena de alegría, pero que no puede ser detonante de más insultos y agresiones
entre nosotros si las cosas no son como esperábamos. “Del dicho al hecho hay
mucho trecho” como decía mi adorable Clorinda, que en paz descanse, y ahora no
somo tan favoritos como antes de iniciar el Mundial. Solamente somos uno de los
16 sobrevivientes y eso hay que disfrutarlo con alegría, ilusión y altura en
una prueba donde, por lo visto, cualquier cosa puede suceder.
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